Cuesta creer que diecisiete años de estudios pronto llegarán a su fin. Las constantes noches en vela estudiando para esos ramos que sólo nos hacían sentirnos inútiles, en menos de un año serán parte del baúl de mis recuerdos.
Resulta extraño pensar que mis días como estudiante terminarán para dar paso a algo mucho más importante y definitivo: convertirme en periodista o, cómo dicen muchos por ahí, un proyecto de reportero.
Aún recuerdo como hace cinco años, discutía fuertemente con mi padre por qué carrera estudiaría. Yo quería estudiar letras y actuar, pero él neciamente insistía en que me convirtiera en médico; sin importarle que la sangre me producía arcadas y mareos. ¡cómo lo odié en ese entonces!
Fue una larga pelea, donde ninguno de los dos dio su brazo a torcer. Sin embargo, esa extraña tranquilidad de mi madre terminó por calmar los aires y lograr un sano acuerdo: yo estudiaría periodismo. “Acaso no quieres escribir, pues bien Caty, siendo periodista vas a poder escribir y leer mucho”, fueron las palabras con las que dio por zanjada esa acalorada conversación.
De eso ya ha pasado media década, y debo reconocer que hubo un tiempo en que el amor por esta carrera crecía. Sin embargo, el descubrir cómo funciona el medio en el que me moveré en un año más, hace que todo ese sentimiento de cariño se vuelque hacía la tristeza, el miedo, la incertidumbre y, sobre todo, hacia la inseguridad.
Es difícil entender el como tratar de informar a las personas, se ha convertido en un medio donde reina la competencia destructiva, los pelambres por la espalda y, en especial, el favoritismo donde uno no vale por lo que es sino por quienes son tus conocidos y que tan bien te ves frente a una cámara.
Me niego a reconocer que actualmente rige el pensamiento que estudiar periodismo es tener ganas de figurar y, por ende, de ser famosa. No, yo quiero escribir para así hacer la gente se informe a través de mis palabras, sin importar qué pitutos tengo o si soy fotogénica o no. “Sólo quiero ser un contador de estrellas”.